El
Abandono de la simbólica por la semiótica es síntoma de "civilización",
en el sentido en que lo que es el abandono de lo natural por lo
artificial, de lo vital por lo mecánico. Aunque no exista absoluta
solución de continuidad." (Juan Eduardo Cirlot, "Del no mundo")
Se puede constatar en nuestros días una pérdida de
increíbles consecuencias en lo que concierne a la interpretación de los
símbolos. La falta de este saber ha lesionado la intelección del mundo
en su vasta riqueza de sentidos, sentidos que inmersos en cada uno de
los símbolos que por el mundo no podemos encontrar, en el arte, en la
religión, en la vida misma, podría ser acervo que dotara al hombre de la
capacidad de entender el lenguaje de la vida, el lenguaje de los
sueños, el lenguaje de una cultura viva, en clara oposición a la cultura
inorgánica de los escribas y técnicos contemporáneos. El veredicto de
Cirlot en ese aforismo que encabeza nuestro presente trabajo parece
inapelable, pero es nuestra intención, desde aquí, reivindicar ese saber
leer de los símbolos. Pues entender el mundo como "un objeto
simbólico", que dijera el latino Salustio, podría suponer un retorno a
un mundo más humano, más natural, más vital, a una cultura en
contraposición a la "anticultura" que prevalece, entendida como reino de
lo artificial, de lo mecánico, del signo convencional y aséptico,
agotado en sí mismo.
Desempeñar el sentido profundo de un símbolo es un
arte hermenéutico, y cada vez más se convierte en un arte hermético; el
intérprete de los símbolos pertenece a esa raza de hombres que por
dedicarse a cosas que nadie aprecia, cosas que se están perdiendo, pasa a
ser una especie de bicho raro esotérico. La ciencia, el ídolo
hegemónico de nuestros tiempos, y en especial, un tipo de ciencia que se
ha alzado con el título de tal, negándoselo a las "ciencias"
tradicionales, premodernas ha rechazado los símbolos por entender que
tras ellos no se podía rastrear nada que mereciera la pena, nada útil,
siguiendo en muchas ocasiones que una interpretación de los símbolos no
dejaba de ser una superstición. Tuvieron que venir René Guénon, Julius
Evola, Carl Gustav Jung, Mircea Eliade, Juan Eduardo Cirlot, en España, y
muchos más estudiosos que se han preocupado por rescatar un saber
antiguo basado en la correspondencia de la representación de los
símbolos con un sentido arquetípico, para lograr conservar una mínima
parte de esa ciencia sagrada.
Emprender la lectura simbólica del emblema de nuestra
ciudad no puede descartar la realidad histórica, a la que va unida la
formación de los blasones que distinguen la antigua Villa de
Torredonjimeno. Ha sido mostrado suficientemente, merced al estudio de
eruditos locales, que la fecha en que se adopta el nombre actual y
oficial de nuestra ciudad se pude establecer tras la reconquista del Rey
Santo Fernando III de Castilla, cuando tomó las tierras de Jaén,
cediendo buena parte de las mismas a la Orden Religiosa y Militar de
Calatrava, y tocándole en suerte lo que seríe un villorrio llamado
Ossaria, a Don Ximeno de Raya, uno de los trescientos infanzones que
acompañaban al Rey en su pugnaces mesnadas, y uno de los pocos que podía
adelantar a su nombre el Don (de Dominus en latín Señor -tan raro entre
la misma hidalguía), en lo que indicara la calidad y categoría del
esforzado guerrero que pasaría a regir el castillo y población de
nuestro pueblo. Quiere la tradición oral que hemos heredado de nuestros
mayores hacer a este Don Jimeno de Raya un noble y excelente alcaide que
llegaría a adquirir tal fama entre sus paisanos, por su buen gobierno,
que le haría merecedor de nombrar con su mismo nombre de pila la
población recién reconquistada por los descendientes de los godos
expulsados tras la invasión del Islam. Es así como se ha interpretado el
nombre de nuestra ciudad Torre (de) Don Jimeno (de Raya), y no vamos a
entrar en la autenticidad de estas leyendas, tampoco es nuestra
intención de estas leyendas, tampoco es nuestra intención precisar
rigurosamente las circunstancias históricas y los acontecimientos de ese
pasado medieval, cosa que compete a personas más duchas en materia
histórica.
Decíamos que no podíamos descartar las razones
históricas que conducen a la adopción del nombre que actualmente reza
por oficial para indicar la localidad que a lo largo de los siglos, y
por generaciones, ha sido la morada de aquellos jiennenses, andaluces y
españoles, que entre sus comarcanos son llamados, desde tiempo
inmemorial "tosirianos". Otra cuestión sería fijar de una vez por todas
la procedencia verosimil del antiguo nombre por el que nos apelan
nuestros vecinos comarcanos, el de tosirinos, de Toxiria, con "s" y no
con "x", como ha querido cierto fetichismo de la letra que ha impuesto
su capricho iletrado de denominar "Toxiria" a "Tosiria". Lo que aquí
queremos indagar es la simbólica de la heráldica que exhibe nuestro
pueblo, y una vez aceptadas las condiciones históricas, sean en rigor
estas las que sean, es hora de que comencemos la lectura simbólica del
objeto en cuestión. Emprender una labor tal viene avalada por las tesis
de importantes autoridades en la materia heráldica y simbólica como
Cadet de Gassicourt, el Barón de Roure de Paulin, P.V. Piobb que
defienden la existencia, tras el sentido literal y la anécdota histórica
del origen del escudo de una ciudad, de un sentido simbólico a
desempeñar. El mismo Gérard en Sede, en "Les Templiers sont parmi nous"
(París, 1962) explicó el escudo de la ciudad de París conforme a
criterios semejantes.
Nuestro escudo, el de Torredonjimeno, viene enmarcado
en un óvalo en campo de oro, lo cual hace suponer que fuese antaño un
clípeo, cuya función es la de heroizar las armas heráldicas que porta.
El actual óvalo es un disco en las representaciones más antiguas a las
que podemos recurrir, en los edificios arquitectónicos de nuestra
ciudad, como es el caso de la Fuente de Martingordo, en la que vemos el
escudo de la entonces villa enmarcado en un disco.
Nuestro escudo se compone de un castillo por cuya
ventana superior asoma una figura humana, presuntamente la efigie de Don
Jimeno de Raya, barbado como corresponde imaginar de un caballero de su
época, y coronado en algunas representaciones. La torre, que alude al
mismo nombre del pueblo, y que no viene a significar sino "Castillo", se
ve sobrepuesta en el centro mismo de lo que es la Cruz emblemática de
los Caballeros de Calatrava, señores de la encomienda de Martos en la
que estaba ubicado el asentamiento de nuestros antepasados. Los
eslabones que hay al pie del escudo no son, como sugería don Juan
Montijano, el símbolo de la emancipación con respecto a Martos, lograda
en el siglo XVI, mediante pago del privilegio de la Villa por sus
vecinos para sacudirse el yugo jurídico y administrativo de la ciudad
vecina, que todavía arrastramos aunque de forma mitigada, los
descendientes de aquellos hombres libre que jamás quisieron estar
subordinados a la vecina ciudad de Martos. Los eslabones servían para
distinguir la Cruz de Calatrava de la análoga Cruz de otra orden, la de
Alcántara, tan sólo distinguibles entre sí por el color, roja la
primera, verde la segunda, y que para su representación plástica, cuando
iba exenta de policromía, se colocaba para hacer patente, si procedía y
era el caso, la filiación a la Orden de Calatrava, y no a la de
Alcántara.
El Torreón es lo más relevante para una lectura
simbólica de los blasones locales. Según el prestigioso y rico
"Diccionario de símbolos", del poeta y simbólico barcelonés, más arriba
aludido, Juan Eduardo Cirlot, en la entrada "Torre", dice que ésta " ...
corresponde al simbolismo ascensional primordialmente (las torres)
tenían un significado de escala entre la tierra y el cielo". En un
primer momento, pues, al afrontar el simbolismo de la torre representada
en nuestro emblema local, nos hallamos con un sentido muy preciso. La
torre representa en la simbología las ansias del hombre por elevarse por
cima de su más limitadas circunstancias, y la torre es símbolo de la
comunicación que se establece entre la tierra (lo inmanente, lo
material) y el cielo (lo trascendente, lo espiritual). Pero en una
segunda acepción simbólica, y en consonancia con el origen anecdótico de
la misma en nuestro caso, la torre, "por su aspecto cerrado, murado, es
emblemático de la Virgen", nos dice Cirlot en su diccionario, lo que
añade al sentido de ascensión, un sentido de invulnerabilidad sin mácula
además de virginidad, sentidos relacionados con la función defensiva.
También alude el símbolo de la torre a todo aquello que, además de
ascender hacia arriba, como hemos indicado, tiene sus basamentos
arraigados en lo más profundo del suelo. Por su verticalidad la torre se
emparienta simbólicamente con el hombre, criatura que alcanzó la
verticalidad, y que en sí es a la vez barro (materia, naturaleza) hecho
"a imagen y semejanza de Dios". (con algo en él que lo hace digno del
cielo), estando relacionadas las ventanas de la torre con la parte
superior del hombre, a lo largo de la historia identificada con la
conciencia, con los ojos, en tanto que estos están abiertos al horizonte
de la vida, a otear los enigmas del mundo y gozar la belleza del mismo.
Evidentemente, por estar insertos en la cultura grecolatina hay que
decir que por este sentido anexo que apuntamos somos tributarios del
enorme protagonismo que tienen los ojos, "la visión" en nuestro mundo,
marcando la diferencia que, por ejemplo, existe en otras culturas, como
la semita, en las que el sentido privilegiado radica más que en la
visión, en el oído.
Como en el caso del emblema local que estamos
tratando, la ventana por la que asoma la figura humana de Don Jimeno de
Raya, tiene también un sentido muy preciso. Al hallarse en la parte
media de la torre reproducida, correspondiente más o menos al corazón,
podríamos entender que se expresa así las razones, más por simpatía que
por análisis desapasionado, que condujeron a la adopción del nombre de
don Jimeno, y simultáneamente, la humanidad, ya que corresponde, como
hemos dicho, al centro, al corazón que de la verticalidad de la torre
hemos dicho se infiere. Las puertas abiertas del Castillo representado
nos hablan también de una receptividad, apertura hospitalaria al
forastero mientras venga en son de paz, paz que vigila el fundador de
Torredonjimeno, desde su privilegiada ventana, desde la que se asoma
para hacerse visible y desde la que guarda la entrada del fuerte
castillo.
Tenemos así un escudo cuyas armas no hablan de una
ciudad que tiene por origen, y patrimonio, el ser una fortaleza heroica
que resistió los embates del moro de Granada con tal bizarría como la
que mostrara el alcaide don Diego Fernández de Martos, que según la
tradición, tan heroicamente atendió a la defensa de Torredonjimeno, en
1471. Un pueblo que preservado tras sus fuertes murallas fue bastión
sobre el que rompían las hordas infieles, vinculado tan estrechamente a
la Orden de Calatrava, y refundado por un noble infanzón, probablemente
de origen aragonés, cuya nombradía le erigió en nuevo fundador que
apadrinaría con su nombre la antigua Tosiria; en el escudo, pues, se
exhiben símbolos que nos remiten al pasado heroico y el origen castrense
de esta población, así como a lo que podemos llamar su leyenda
fundadora, en la persona del alcaide Don Jimeno de raya, que le da
nombre para los tiempos históricos eclipsando así el origen mítico de lo
que todos coinciden en llamar Tosiria, también está presente la
filiación a la orden de Calatrava.
El análisis simbólico que acabamos de realizar no
quiere decir otra cosa que manifestar, mediante su mismo ejercicio, la
urgencia que tenemos en la actualidad de volver a una ciencia, la
simbólica, que por no haberse podido asimilar a los parámetros tenidos
por "científicos" desde la inauguración de la modernidad, ha quedado
soslayada, privando al hombre de poder leer, interpretar, los símbolos
que le rodean, y con ello, confiscándole una gran parte de elementos con
los que poder hacer su vida más rica en contenido de los que ésta puede
ser una vez desheredado de ese saber tradicional; arrojado, como lo
está es nuestros días, al más denigrante nihilismo que repugna de todo
sentido.

|